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Historia del Partido Comunista Paraguayo (1928-1990)/Era Moriniguista/Primavera Democratica

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LA APERTURA DEMOCRÁTICA DEL AÑO 1946

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El pueblo estaba harto de Morínigo y de la camarilla nazi-fascista que lo apuntalaba, constituida por los coroneles: V. Benítez Vera (Caballería); Heriberto Florentín (Comando de la Región Militar de Concepción); Pablo Stagni (Comando de la Aeronáutica) y Bernardo Aranda, jefe del Estado Mayor General.

Morínigo gobernó ininterrumpidamente con la institución de la «tregua política» que implantó el general Estigarribia por el Dto. N.° 447, del 18 de marzo de 1940, que prohibía la realización de reuniones, públicas o privadas; la publicación de documentos de carácter político por la prensa, la radio y cualquier otra forma de manifestación de la opinión ciudadana. Además, a poco de ejercer la dicte dura impuso la «tregua sindical».

El clamor popular, cada vez más potente y ampliado por la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, era una clara manifestación de la ciudadanía dispuesta a conquistar una vida digna en libertad, lo que también llegó y ganó a los ciudadanos uniformados, cansados también de soportar seis años de arbitrariedades irritantes.

Por lo demás, la correlación de fuerza a favor de la democracia en el mundo era sumamente favorable. El 1º de mayo de 1945, la caída de Berlín bajo los golpes del Ejército Soviético y la posterior rendición incondicional de Alemania y sus aliados en todos los frentes de lucha, puso fin a la II Guerra Mundial. Los gobiernos de fuerza simpatizantes del nazi-fascismo que restaban quedaron definitivamente debilitados. Este era el caso del gobierno tiránico de Higinio Morínigo.

Así las cosas, en la madrugada del 9 de junio de 1946, se produce en la Caballería un hecho de armas encabezado por jóvenes oficiales que hirió de muerte irredimible a la autocracia moriniguista, desplazando a sus principales soportes empotrados en los altos mandos, los Benítez Vera, Aranda, Stagni y otros.

El pueblo festejó en las calles el histórico acontecimiento y de ahí en más, la bandera de la libertad y la democracia, ya no sería arriada. Inmolaron sus vidas por la noble causa que representaba el alzamiento contra la tiranía los jóvenes capitanes Pastore y Dalceno.

Morínigo, que personalmente no había sido afectado por el golpe del 9 de junio, seguía en la Presidencia y -al decir del periodista González Delvalle en un artículo recordatorio- desplegó sus mejores cualidades, «su endemoniada astucia para salir de los enredos mas espinosos...». Esta vez el «enredo» era que no hallaba la fórmula para la salvación de su sistema autocrático-reaccionario-opresor, repudiado por el pueblo. El Partido Comunista, cuya Secretaría, por entonces, era ejercida por el camarada Augusto Cañete, denunció resueltamente las maniobras «entre bambalinas» del dictador y llamó a la clase obrera, a los estudiantes y a todo el pueblo, a salir a la calle para exigir un gobierno de transición compuesto de representantes de todos los partidos políticos. Más que nunca el espectro político nacional coincidía en su planteamiento de una salida democrática de la crisis en desarrollo y en este sentido se pronunciaban las masivas concentraciones públicas en las plazas y en el centro de la capital,

Como resultado de la intensa presión popular que ayudó a definir la correlación de fuerzas en el ejército, el 27 de julio de 1946 se forma el Gobierno de Coalición, con colorados, febreristas y representantes de las Fuerzas Armadas. Liberales y comunistas fueron arbitrariamente excluidos como una demostración de que el moriniguismo no había sido aniquilado. Casi cuarenta años después, el entonces ministro de Interior, general Amando Panpliega, en su libro «Misión cumplida», t. II, confiesa que propuso e insistió a Morínigo sobre la conveniencia de constituir el Gobierno de Coalición sin excluir a los comunistas. Morínigo no lo entendió así porque tenía sus propios planes de restauración anti-democrática, como lo evidenció el golpe del 13 de enero de 1947.

Las perspectivas se mostraban muy promisorias. El Gobierno de Coalición, como primera medida política, decretó Amnistía General Amplia y restableció todas las libertades públicas. El Partido Comunista Paraguayo, por primera vez desde su fundación, en pie de igualdad de las demás organizaciones políticas, podía actuar libremente. La primera concentración de masas convocada por el partido, tuvo lugar con motivo de la llegada desde el exilio del grueso de la dirección partidaria, en la mañana del 10 de agosto de 1946. Fue un acto memorable que hasta hoy recuerdan no solamente los comunistas, sino también amigos y adversarios de aquella época, porque ha marcado un punto muy alto en los anales de la capacidad convocatoria del Partido Comunista Paraguayo. En efecto, en la mañana de ese día, la plazoleta del Puerto de la capital y varias cuadras de la calle Colón estaban colmadas de decenas de miles de obreros, estudiantes y gente del pueblo que acudieron a recibir y a escuchar a los dirigentes del partido, algunos de ellos considerables algo así como «personajes de leyenda».

En el discurso central del representante de la dirección del partido, en la ocasión, se expuso la propuesta de los comunistas para la democratización del proceso político que se iniciaba, así como su programa de fondo para las transformaciones estructurales de nuestro país. En la perspectiva de los cambios democráticos-revolucionarios, el Partido abogaba por la liquidación de la propiedad latifundista semi-feudal por vía de la realización de la reforma agraria integral, única forma de superar el atraso y la dependencia semi-colonial del imperialismo. Para institucionalizar la democracia política y diseñar el modelo de un Estado moderno, el partido proponía la realización de la Asamblea Nacional Constituyente, reclamo nacional que unía al amplio espectro de la oposición a la dictadura moriniguista cuya convocatoria se proponía para el más breve plazo posible.

Si quisiéramos evaluar hoy -44 años después- el impacto que produjo en las capas conservadoras-reaccionarias de los partidos de la burguesía la exitosa convocatoria de masas del partido en aquel histórico 10 de agosto de 1946, tal vez sea suficiente considerar lo dicho por el político colorado «Insfranista» Dr. Carlos Zayas Vallejos (actualmente miembro del Poder Legislativo), en un reportaje publicado en la edición dominical del diario «Hoy», del mes de enero de 1989. «A mi juicio -dice Zayas Vallejos-, la división del Partido Colorado se inició en 1946, luego de un discurso pronunciado por el Dr. Osear Creydt a su regreso al país en el puerto de la capital. Con una dialéctica insidiosa y diabólica de más de cuatro horas sembró el germen de la división del coloradismo en demócratas y guiones.»

Dejando de lado la divertida opinión del Dr. Zayas Vallejos sobre la causa de la división del coloradismo en «demócratas y guiones», lo que queda de verdad es que, tempranamente, el Partido Comunista denunció con firmes fundamentos los peligros que acechaban a la incipiente apertura democrática, que de haberse tenido en cuenta por los dirigentes de los partidos democráticos podía haberse evitado la consumación de la traición morínigo-guionista del 13 de enero de 1947, punto de partida del martirologio prolongado del pueblo paraguayo que llega hasta el 3 de febrero de 1989.

Con la instalación del Gobierno de Coalición, el Partido Comunista adquirió su estatuto legal. Fue admitida su inscripción en la Junta Electoral Central, siendo su representante el camarada Antonio Maidana.

Dice el Dr. Raimundo Careaga -en la Sección Política de «Hoy», 4-III-90), presidente de la FUP en el año 1946 (y actual director del órgano «El Pueblo» del PRF), lo siguiente: «Era impresionante constatar cómo la ciudadanía paraguaya a través tanto de las organizaciones políticas como gremiales, sociales y culturales salían en una suerte de explosión ordenada a difundir sus ideas, extremar sus propuestas, solicitar adhesiones y tratar de aprehender un futuro cada vez más venturoso para la sociedad». «Se estableció una auténtica convivencia-continúa Careaga-... Se realizaban actos públicos, mítines, concentraciones y cualquiera que fuese la parcialidad política que organizara, todos los representantes políticos acudían con sus mensajes de salutación o solidaridad. El país entero era un hervidero, Pero un hervidero limpio, honrado, con esperanzas infinitas.» «... en el Paraguay de ese breve período -concluye- no había ciudadanos de primera ni de segunda categoría. Tienen garantía todos los partidos políticos existentes y a crearse. Así le veíamos al Partido Liberal, Colorado, Febrerista, Comunista, transitar con los mismos derechos y sus banderas desplegadas, con orgullosa fe de que cada uno iba buscando el protagonismo de la construcción del nuevo Paraguay.»

La cita precedente es una ajustada síntesis interpretativa del actual dirigente febrerista, el ambiente político que reinaba en los meses de la fugaz apertura política de 1946. Acorde con la nueva situación política, el Partido Comunista Paraguayo estableció una sede central o local partidario en la casa de la calle Aquidabán (hoy Manuel Domínguez) y Brasil, donde funcionaba su dirección política. Allí acudían en horas incesantes, de día y de noche, entusiastas activistas de organizaciones de la capital y del Interior, a brindar sus informes, a discutir las experiencias y los programas que afrontaba el partido en la nueva situación de legalidad sin precedente y a elaborar propuestas y asistir a los cursos regulares de capacitación político-ideológica que tenían lugar. La campaña de afiliación que se clausuró en los primeros días de diciembre arrojó un total aproximado de diez mil nuevos afiliados.

El órgano político del Partido, «Adelante», aparecía semanalmente los jueves, impreso en los talleres del diario «El País». Igualmente aparecía el órgano de la Federación Juvenil Comunista, «Patria Nueva», ambos pregonados en las calles por entusiastas brigadas de jóvenes comunistas.

«Adelante» desempeñó un papel muy importante en la campaña de denuncias y esclarecimiento de la actividad conspirativa del «Guión Rojo», apoyado y estimulado por Morínigo, lo que le valió más de una vez la suspensión de sus ediciones como sanción impuesta por el Ministerio del Interior.

La conspiración del «Guión Rojo» ahoga al Gobierno de Coalición. El objetivo básico del Gobierno de Coalición era asegurar la realización de la Asamblea Nacional Constituyente cuya convocatoria ya se había decretado, si recordamos bien, para mediados de 1948. Pronto, sin embargo, se hizo evidente que Morínigo, lejos estaba de ser «el prisionero de un gabinete democrático» según la alegre expresión del dirigente colorado y profesor universitario Dr. Hipólito Sánchez Quell, en un recordado discurso en la Plaza Independencia, y antes bien, conspiraba sin dificultad con el cogobernante Partido Colorado, especialmente con su ala pro-fascista-reaccionaria, el «Guión Rojo», con fuertes vinculaciones en algunos altos mandos del ejército. El juego de Morínigo era estimular a los guiones a producir un golpe de Estado que desplazase a los febreristas del Gobierno de Coalición, con vista a la restauración de su dictadura personal. Día a día el «Guión Rojo», desde la prensa y la radio oficial, este último copado por el elemento clerical-fascista Enrique Volta Gaona, instigaba a la violencia contra los actos pacíficos de los partidos políticos que tenían lugar en las plazas. Elementos provocadores especialmente entrenados hacían irrupción en las concentraciones, sembrando el desorden, para acusar después a las entidades promotoras de sembrar la violencia. En el colmo de su delirio provocativo en una oportunidad desparramaron cuerdas (piolas) en un acto del Partido Comunista, cacareando al día siguiente de presunto intento de «villarroelización» (colgar de los postes) de ciertos caudillos colorados. En una ocasión asaltaron y causaron destrozos en la imprenta «El País», donde se imprimía el órgano del partido «Adelante».

El 11 de enero de 1947, los febreristas se retiran del Gobierno de Coalición en un gesto de jugada inocente con la esperanza de que pudiera la crisis provocada dar lugar a la formación de un Gobierno exclusivamente militar. Verdad es que en la noche del mismo día 11 se reunían los altos mandos del ejército con el resto del Gobierno y por absoluta mayoría se resolvió separar a los colorados y constituir un gabinete solamente de militares que llevara a término el compromiso asumido por las Fuerzas Armadas de restablecer la normalidad constitucional mediante la realización de la Asamblea Nacional Constituyente en el plazo previsto. La resolución así adoptada fue aceptada aparentemente por Morínigo. Pero antes de cuarenta y ocho horas, en la madrugada del 13 de enero, con la fracción gobernante del Partido Colorado (guiones) y el apoyo bélico del entonces teniente coronel Enrique Jiménez, comandante de la I División de Caballería, consumaron el golpe de Estado preparado desde el mismo día en que el dictador fue forzado a iniciar el proceso político de la apertura democrática, a partir del 9 de junio de 1946.

La represión policial que siguió al golpe reaccionario-fascista del 13 de enero de 1947 fue cruel e intensa. La vieja cárcel pública pronto se llenó de prisioneros políticos pertenecientes a todos los partidos, al mismo tiempo que se iniciaba la diáspora del exilio llevando a decenas de miles de compatriotas a los confines del mundo, y especialmente, a los países fronterizos,


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